Mi Algarrobo de infancia, mi litoral central,
con tu olor a pino, a
eucalipto, a papas fritas del hoyo,
a brisa marina y bronceador, con gritos de fondo...
pan de huevooo, maní-barquillo-cuchuflí,
a la isla a la isla, al canelo-canelillo.
Tus churros rellenos, algodón de azucar, y tus helados
(y don Moncho… lo de siempre? Menta bañado en chocolate).
Tus palmeras, pero no de aquellas.
De las tuyas, las
autóctonas, las de dulce caramelo,
doradas, crujientes.
Tantos recuerdos,
de ferias, de libros baratos (que hoy ya no lo son tanto),
de rocas donde corríamos, saltábamos, nos perseguíamos,
(cochayuyo en mano los pequeños salvajes... el "latiyuyo").
Tantas noches de lectura, de verano, de festival y cartas.
Cumpleaños en febrero... con amigos, y torta de galleta.
Días de bicicleta, de escondites, casas en los árboles,
y la resina de algún pino, pegajosa,
adornando siempre mi cara, mi cara de mono.
Arañas, culebras, alacranes (lo se... era un niñito).
Tardes perdidas en tus juegos,
(profanados hoy por una sucursal de banco)
un pacman, una rana, un autito lanza humo
(y aún resuena en mis oídos su melodía).
Y mi madre, en la maquina del rincón, imbatible,
con una sola ficha... la reina del tetris!
Y más noches de playa, de fogatas, de frío en la espalda,
de arena en los zapatos (sacúdete antes de entrar al auto!).
Paseos repetidos, más nunca repetitivos.
Cuantas veces visitamos esa peña, la peña blanca
(mejor ni preguntes por qué es blanca).
Algarrobo norte y sus olas salvajes,
la puesta de sol (donde mejor que en Mirasol)
y vamos a Isla negra mamá. Si, otra vez
(que me hace falta una inyección de poesía).
Tantos años, y vuelvo (como siempre)
y sigues ahí, en tu versión de siglo 21,
tratando de parecer moderno (nunca!)
Con más edificios, menos calles de tierra,
mega construcciones y piscinas gigantes
sobre tus dunas de Algarrobo norte,
las mismas donde me deslizaba en un cartón,
una y otra vez, arriba y abajo.
Un upgrade a mi
pueblo de infancia.
Más tu esencia es la misma,
tu olor a pino y eucalipto siguen inalterables,
y no puedo creerlo… aún existe la residencial Vera!
Y sonrío al bajarme del bus,
cuando reaparecen todos los recuerdos,
cargados de tonos rojizos
(ya sabes, como en las fotos de los 80’).
Y vuelvo a ser la niña con chapes en el pelo,
como en esa repetida foto, comiendo fonzies,
o la con cara de mono, llena de resina.
Y entiendo que nunca dejaré de visitarte,
Algarrobo de mi infancia,
Algarrobo de mi exilio…
siempre
voluntario
siempre necesario
y cada año más... disfrutado.