lunes, 8 de marzo de 2010

Vuelvo a la normalidad

(o eso creo)

A vivir en mi departamento, no tan normal, que se cree barco. 
A dormir en mi cama sola, no tan normal, que se cree hamaca. 
Y despierto 4 veces en la noche, mecida por el vaivén de réplicas, amplificadas en un piso 12. 
Tras la cuarta me levanto, prendo la luz, un destello… Corto circuito! 
Reviso los tapones. Sólo fue una ampolleta quemada (dos de tres). Me conozco tanto... se que mientras quede una, las otras seguirán quemadas. 
Me preparo el desayuno, chocapic con café, como siempre. Pero no como siempre, ante el cielo negro, de un Santiago que aún no amanece. 
Aprovecho la mañana para remover el polvo acumulado en estos días, para dejar más habitable mi templo (nuestro templo zen). 
Cocino un choclo en el microondas, como nunca me gustó, como sólo la falta de gas obliga. 
Salgo al trabajo, camino por Vicuña, y espero la micro. Se demora un poco más de lo normal, pero finalmente llega. Sigue el mismo recorrido, mientras miro por la ventana, las casas, los negocios, los edificios, y esa iglesia que da nombre a la calle, hoy sin su cúpula. 
Llego a la oficina, tarde como siempre. Prendo el computador, y me siento a trabajar, pero no donde siempre, sino a un lado, mientras dos hombres, parados sobre mi escritorio, estucan grietas en la muralla. 
Me voy temprano, paso otra vez frente a la iglesia, de la que ahora cuelga un lienzo… “demolición”. 
Entro a un supermercado que sigue medio vacío, y compro la mitad de lo que necesitaba. 
Vuelvo a mi casa barco, y me duermo una siesta en mi cama hamaca, como nunca en un día de semana.

Después de todo, no era tan fácil volver a la normalidad, después de un 8.3