miércoles, 10 de agosto de 2011

Desde anoche, el mar se ha vuelto loco


Salta y salta, golpeando contra la roca, como si quisiera salirse de su envase. Algunas gotas lo logran, mientras el resto se dispersa en el aire, como fuego artificial, y vuelven a caer junto al resto. 

El mar ruge, dándose vítores para saltar más alto. Luego descansa en el retroceso, toma aliento, y babea una espuma que tiñe de blanco sus aguas, tal como lo haría un perro agotado. 

Vuelve a la carga con un rugido más fuerte, ahuyentando a las gaviotas que se posan a diario sobre aquel techo redondo que hay bajo mi ventana, y las obliga a levantar el vuelo. Vuela cada una hacia el frente, en línea recta, manteniendo el círculo casi perfecto, que se expande. Que espectáculo! 

La gente ahí abajo presiente lo que se trae entre manos, y apuran el paso. 

Finalmente… lo logra. Choca contra el muro, se encarama un poco sobre un tejado, salta por sobre un auto, luego sobre una micro, y llega al borde de mi casa (cómo me hubiera gustado tener la perspectiva de la gente que iba en esa micro).

Ya esparcido sobre la calle, libre, me deja ver sus regalos. Piedras, conchitas, un montón de arena, y esa porción de si mismo que soñaba con volar, y que al salir el sol, seguro logrará fundirse con el aire. 


 

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